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La buena estrella de Ana Rujas: “La intuición me ha salvado la vida”

La actriz reconstruye el largo camino desde Carabanchel a ser una de las intérpretes más solicitadas del momento y estrenar ’8′, de Julio Medem, y ‘La buena letra’, adaptación de Chirbes firmada por Celia Rico

“Sí, soy dura. Pero no más dura que cualquier otro que esté un poco vivo”, dice Ana Rujas. Aquí lleva vestido y detalle de rana metálica de Bottega Veneta.
Tom C. Avendaño

Ana Rujas (Madrid, 35 años) está creando ahora y cuando eso sucede todo lo demás pasa a segundo plano. “Este guion es como un mono que tengo detrás de la espalda y que no me deja respirar, que no me deja estar feliz porque sé que tengo que entregar”, nos recibe con un suspiro en el despacho vacío de una productora de Madrid, el cual usa para escribir. Aparta el portátil y la constelación de bolis y papeles que lo rodean y se sienta. “Pero bueno, llevo viviendo así desde hace años y está bien. Es como se hacen las cosas, ¿no? Haciéndolas. Es lo que hay”.

Se refiere al guion de la que será su primera película como directora y que está escribiendo junto con Ariadne Serrano: explora el universo de El desencanto (1975), de Jaime Chávarri. Es un salto de gigante en una carrera llena de ellos: en los últimos meses, Rujas ha protagonizado La otra bestia, una función teatral también escrita por ella, y ha estrenado en cine 8, gran apuesta autoral de Julio Medem. La semana que viene se la verá en La buena letra, adaptación de la novela de Rafael Chirbes donde la dirige Celia Rico.

“He encontrado mi vocación. Esa cosa que no tenía nada que ver conmigo ha resultado ser donde tenía que estar”, dice Rujas, que viste de Chanel en esta fotografía.

Lo representativo para cualquiera sería eso, esta catarata de logros, pero Rujas es también esto otro, el punto de incertidumbre y entrega en que se encuentra con el guion, donde cada trabajo surge como si todo lo anterior ni existiera, como si mereciera la mirada virgen y la identidad entera de su creadora. “Quiere encontrar la verdad, sentirla en sus entrañas”, explica al teléfono Celia Rico, preguntada por este estado. “Arma su trabajo como una creadora, desde fuera pero también desde dentro”.

—Porque yo tengo mucho miedo de mi película.

Rujas podría haber sido una chica guapa más, y durante un tiempo se encontró en esa trayectoria, pero le pasa esto. Esta pulsión creadora la alejó del oficio de actriz rasa y la elevó. En cuanto aprendió a escuchar esa voz, dio con sus mayores éxitos, La mujer más fea del mundo en teatro (2019 y 2021), Cardo (2021-2023), la serie que creó junto a Claudia Costafreda y por la que recibió el Ondas. El precio de esta pulsión es que vive cada obra a vida o muerte. “No trabaja desde lo mental”, alerta Costafreda. “Llega a los personajes desde la entraña, con una emoción muy trabajada. Se prepara y se entrega, al límite del desgarro. Si no, no lo hace”.

—¿Qué es lo peor que le podría ocurrir a usted?

—Que me importe tanto mi carrera. Que me deje de importar.

Sus personajes ríen, miran, sufren, miran, se rebelan, viven con una intensidad característica, una vibración que a veces recuerda a las grandes leonas heridas del cine. Gena Rowlands, Isabelle Huppert, Marisa Paredes. El panteón personal de Rujas. “A veces la miraba en el rodaje y veía su universo personal flotando a su alrededor”, rememora Rico. “Lo tiene muy presente siempre”.

—Quizá no todo el mundo tiene la opción de que le importe tanto su trabajo, aunque quieran. Usted, que sí la tiene, ¿la vive como una responsabilidad?

—Pero esto se hace en todos los trabajos. Yo he visto a mi madre importarle muchísimo lo que hace. A mi nivel. O a mi padre. Porque aman su trabajo, aman lo que hacen.

El padre de Ana Rujas tenía una imprenta, su madre era trabajadora social. Su hermana, mayor, es bióloga. Juntos se criaron en Carabanchel, barrio obrero y cantera de artistas madrileños. “Ser scout desde pequeña me marcó”, cuenta. “Mis padres lo eran, los amigos de mis padres lo eran, mi hermana y yo lo somos. Te enseñan a trabajar en equipo, entran mucho a valorar cómo te comportas con los demás. Desde muy pequeña he estado en un grupo con otros, creando cosas, levantando proyectos. A mí me gusta. Ahora me insisten: ‘Pero por qué no levantas tú algo, esto es tu idea, no sé qué‘. Siempre acabo diciendo que no. Estar yo sola escribiendo, me pego un tiro. Es que ni de coña. No me gusta nada estar sola”.

Si el trabajo era lo que se hacía en equipo, soñar Rujas lo hacía en solitario. “Ya lo veía de pequeña, que algo había, miraba una revista y decía: yo creo que alguna vez haré una película. ¿Sabes? Me lo imaginaba”. ¿Por ejemplo? “Átame, de Almodóvar, con Victoria Abril, la vi con 12 años. Le dije a mi madre: ‘Mamá, yo quiero hacer teatro’, y me metió en una escuela. Metrópoli, se llamaba. Los jueves íbamos al centro. Yo no sabía cómo se formaba una actriz y mi madre tampoco, cómo eran los pasos, si vas a una agencia o qué. Era yo la que le decía: ‘Mamá, me han dicho que hay que ir a una agencia’. Empecé así. Me cogieron, empecé a hacer castings, a trabajar en la tele”.

“Me enseñaron que si no hacía bien lo pequeño, 
si no lo hacía grande yo, jamás llegaría lo siguiente”, afirma Ana Rujas. En esta imagen, con vestido de Sportmax y anillo de Cartier.

Sintió que estaba en el sitio correcto. “Notaba que ah, me gusta mucho esto. Sobre todo subirme a un escenario y decir un texto. La intuición me ha salvado la vida”. Pedro y el Capitán, de Mario Benedetti, por ejemplo. “Me gustaba leer. Mi intuición era: ¿dónde se leen los textos estos? ¿Dónde puedo decirlos en voz alta? Pues en el teatro, dónde va a ser. Pues será que tengo que hacer teatro”.

Siguió el camino que veía delante, qué otra opción tenía, el cual le fue alejando de las tablas. En televisión hizo publicidad y papeles en series adolescentes de la época, como HKM (Hablan, kantan, mienten) en Cuatro en 2008 o 90-60-90, diario secreto de una adolescente en Antena 3 entre 2009 y 2011. También tocó la moda, el camino de la chica guapa, y en esta parada se le endurece el tono de voz. “Pude tener dinero para pagar las clases de teatro. Me salvó, la verdad, mis padres no podían ayudar ahí”. ¿Qué siente si la llaman modelo? “Bueno, si queréis decirlo, OK, pero no he hecho una carrera de modelo. No he hecho ni un desfile. Me he pagado lo mío, he hecho fotos y he viajado, gracias también a eso, menos mal, porque si no, no hubiera viajado tampoco”. Pausa. Con sequedad: “Estuve en Estambul, en Milán, en París, haciendo fotos. Los pisos de modelos, hace 12 años, todo eso lo viví yo. Todo me ha ayudado y también me ha nutrido para crear, ¿sabes? He conocido gente increíble, situaciones locas”. Volverá a sacar este tema.

Durante su formación con Corazza dejaron de llamarla para trabajar. “Y pensé: ‘Pero ¿de dónde no te llaman? ¿A ti qué te gusta hacer?”. Viste de Loewe y lleva anillo de Bulgari.

El camino de la chica guapa, digamos, no le funcionó. Por aquella época, 2012, hizo una función de microteatro llamada La hipodérmica junto a dos actores que compartían inquietudes con ella, Javier Ambrossi y Javier Calvo. “Cuando veía a Ana, siempre me llamaba la atención: ‘Esta tía es demasiado buena para que la cojan en un casting. Es demasiado auténtica, lo hace a su manera todo’. Entendía que había algo ahí, que el día que ella encontrara la manera de expresar su talento iba a ser imparable”, analiza hoy Ambrossi.

Rujas entró en la escuela de Juan Carlos Corazza, el maestro de actores que ha formado a Javier Bardem o Elena Anaya entre cientos de talentos. “Y desperté. Mi carrera empezó en ese estudio”, recuerda ahora. “De repente entendía el idioma que me hablaban. Ostras, aquí hay gente que me habla como yo pienso, que me toca el corazón, que me conmueve”. El recuerdo es agradable. El proceso, los cuatro años que pasó reconstruyéndose con Corazza, no siempre lo fue: “Él era muy duro conmigo, muy exigente. Me hicieron repetir curso. Me decía: ‘Tienes que hacer lo pequeño grande. Cuando empieces a hacer lo pequeño bien, pasará lo siguiente. Ahora está bien que estés así”. Hubo una transformación completa.

La admiración es el motor artístico de Rujas: “En el estudio de Corazza me alimentaba ver actores a quienes quería parecerme”. Aquí, viste de Sybilla, la marca de referencia de Marisa Paredes.

Al salir, la duda de siempre: ¿qué se hace ahora? Y la misma respuesta: formar equipo. Ir al teatro. Hacer textos. Se juntó a Ariadne Serrano, Pedro Ayose y Paula Amor y creó Teatro Beauvoir. Dedicaron un año a preparar su obra, Qué sabes tú de mis tristezas.

—¿Cómo se hace? Pues así, haciéndolo, es que cómo se va a hacer. Es lo que pienso yo.

Prepararon el guion y la dramaturgia de la obra con la pasión de los principiantes. “Claro y: ‘¿Ahora qué hacemos?‘. ‘Pues vamos al Teatro Español y que nos vea alguien’. ‘Pero si no conocemos a nadie’. ‘Pues habrá que colarse’. Qué monos. Mi padre nos imprimió el dosier con todo, con fotos y todo. Cómo nos lo habíamos currado. Éramos jóvenes, no pequeños, porque con 24 años ya no, y llegamos abajo, a la recepción. No teníamos cita, por supuesto, con Carme Portaceli [directora del Teatro Español entre 2016 y 2019]. ‘Hola, veníamos a ver a Carme, tal’. ‘¿Pero quiénes sois?‘. Y al final: ‘Pues está esperando’. Subimos: ‘Mira, nos hemos colado…‘. ‘Hombre’, dice ella, ‘habéis llegado hasta aquí, tendréis algo que ofrecerme”. El plan era de locos, pero el mundo también lo es. Aunque Qué sabes tú de mis tristezas se representó en el teatro Lara en 2018, Rujas ha trabajado con frecuencia en el Español. Cuando, finalmente, se subió a un escenario y el texto que leyó era suyo, su propia voz, su propia alma, no la de una chica guapa, acabó en el Teatro Español. La mujer más fea del mundo, un monólogo que ella había escrito con su compañera de piso, Bàrbara Mestanza, se estrenó en 2019 en el teatro Pavón y, para cuando pasó a las Naves del Español en 2021, lo había cambiado todo.

La actriz, que estrena ahora 'La buena letra', con jersey de Alaïa.

—¿Cómo llega a una pieza con semejante título?

—Era lo que me había pasado con la moda. Esa obra es lo más fuerte que yo he hecho en mi vida. Hablaba de lo que se espera de una, lo que el mundo piensa de ti. Lo mismo que también te estoy contando en esta entrevista.

La siguiente pregunta lógica, ¿qué le había pasado en el mundo de la moda?, provoca que el tono de Rujas se vuelva a endurecer. Se retuerce. “Me habían dicho gorda, me habían… De todo. Las cosas no son como cuando yo empecé, pero hubo un momento…, era un mundo muy distinto, la gente no se atrevía a hablar tanto. Fue complicado, he vivido cosas fuertes. Pero no voy a hablar de ello”.

¿No?

Rujas se toma varios segundos para reflexionar en silencio, inmóvil. “No me interesa”, responde con voz monótona. “Porque para eso hago mis creaciones. Yo no tengo interés en…”. En una fracción de segundo, el rostro se le compunge, le brotan lágrimas, las deja rodar por sus mejillas, solloza durante segundos. “Me acuerdo y digo, bueno, es que todo eso está en todo lo que hemos hecho, en lo que hemos escrito. Pero me acuerdo y digo: joder, es que…”, silencio. “A mí me parece que eso lo he trascendido en el arte y me parece mucho… mucho mejor”.

Ana Rujas lleva camisa de Max Mara, y americana, pantalón, cinturón y brazalete de Saint Laurent by Anthony Vaccarello.

El periodista que tiene delante no es director de actores ni de casting ni informa de asuntos directamente relacionados con violencia machista, pero en esas lágrimas no intuye a ninguna víctima sino a una superviviente.

La mujer más fea del mundo fue un éxito. El texto mezclaba las vidas de Mestanza y Rujas, pero quien lo defendía en el escenario era Rujas. Quienes la conocían, la reconocían. “Había un dolor, una voz, algo que contar y el lugar desde el que lo contaba era magnético, espectacular”, rememora Ambrossi. “Javi [Calvo] y yo estábamos en un buen momento para empezar a producir a otras personas. Y lo vimos claro: ‘Es que Ana necesita escribir, ser ella la estrella, hacerlo a su manera y demostrar quién es’. Al salir de aquella función, la esperamos fuera, le dijimos: ‘Coge estas ideas, convirtámoslas en serie”.

La chica guapa, la mujer más fea del mundo, la actriz enamorada de los textos, todas confluyeron en Cardo, la serie que Rujas y Costafreda crearon producida por Los Javis y que ganó el Ondas. En 2023 estrenó la segunda temporada, publicó un poemario, La otra bestia (Aguilar), y defendió uno de sus papeles hoy más famosos, la joven Montserrat Puig Baró en La mesías. Ambrossi: “Ana es una fuerza de la naturaleza, un ser mitológico, como una especie de unicornio, una rara avis, es absolutamente imparable”. En 2025 estrenó La otra bestia en el teatro, 8, La buena letra. No es la racha de alguien que ha jugado a la profesión de actriz, sino la de alguien que la ha vivido. No la de quien que se asoma, sino de quien ha llegado.

—Tampoco pienso que he llegado a ningún sitio, la verdad. No he llegado, ¿adónde he llegado yo? Yo sigo aquí encerrada, pensando que lo más importante es que esto salga bien, ¿sabes? Que tenga sentido lo que estamos escribiendo.

La Sísifo de Carabanchel está creando ahora y todo lo demás pasa a un segundo plano. El suyo no es un mito actoral que tenga que ver con la fama: el mundo no se acaba si ella deja de ser famosa, si estrena en cine, en televisión o en una sala pequeña. El mundo se acaba si el trabajo que hace no tiene alma.

De todas las personas con las que hemos hablado para este reportaje, solo una duda que Ana Rujas tenga trabajo asegurado para las próximas décadas, que le esperan sus mayores logros y premios, tal vez un hueco como una de las grandes de su época. Esa persona es la propia Rujas. Esta disonancia, que ella no vea el éxito que el resto le augura, explica parte de este viaje, el de la scout que odiaba estar sola, que se buscaba en la mirada de los demás y que, gracias a elegir bien a los demás, aprendió a encontrarse a sí misma.

“Encontré mi vocación. Como Irina de La gaviota, de Chéjov, que al final de la obra dice eso: ‘Encontré mi vocación’. Esa cosa que no tenía nada que ver conmigo para mí resultó ser donde tenía que estar”.

Créditos de producción

Producción Cristina Serrano
Maquillaje y peluqería Raquel Álvarez (The Crew Art) para Chanel Beauty
Asistente de fotografía Borja Llobregat
Asistente de estilismo Diego Serna
Asistente de producción Marina Marco

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Sobre la firma

Tom C. Avendaño
Periodista de EL PAÍS SEMANAL. Fue subdirector de la revista ICON. Publica en EL PAÍS desde 2010, cuando escribió, además de en el diario, en EL PAÍS SEMANAL o El Viajero, antes de formar parte del equipo fundador de ICON. Trabajó tres años en la redacción de EL PAÍS Brasil y, al volver a España, se incorporó a la sección de Cultura.
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